Aprender para vivir. Vivir aprendiendo.

Lenguaje
La difícil y a la vez apasionante tarea de aprender. El estado en que me siento más útil, más humana, más viva.

Aprender para vivir, Vivir para aprender.

Aprender a construir una web/blog con WordPress
Portada del manual Curso Práctico de WordPress de Álvaro Fontela

Todos los días en los últimos 3 meses he estado aprendiendo algo nuevo. Aprendiendo para ser eficaz en estas páginas. Esta vez mi aprendizaje tenía un nombre largo: «cómo gestionar un CMS  para crear una página web». En particular el CMS WordPress para crear un Blog y hacerlo bien. Este blog. Aprender. Ha sido un proceso duro, porque partía de casi cero. Lo he conseguido con un libro/manual y con un curso entero de vídeos en español, mas unos cuantos en inglés a los que he tenido que poner en velocidad reducida, con subtítulos en español y rebobinar infinidad de veces. Todo el proceso con dos pantallas simultáneas: la del tutorial y la de la práctica. De las cosas más difíciles que he aprendido en los últimos años. Y he aprendido mucho.

La reacción social

Si yo digo en una reunión que aprendiendo es como me siento más viva, se produce una reacción casi imperceptible, un ligerísimo gesto de extrañeza y a la vez de complacencia, en ese orden. Después nada. No añaden nada. ¿Será que no parece frecuente o natural que una persona de mi edad esté aprendiendo algo? Sí, sí es frecuente, y la mayoría conocen a alguien en mis condiciones, gente que acude a cursos de todo tipo, preferentemente de los ámbitos que llamamos «humanidades», o desarrolla sus facetas creativas en cualquiera de las artes que se le quedaron pendientes, como los hobbies, para el refugio y la reconstrucción íntima cuando la vida laboral se llevaba por delante casi todo lo demás. Lo que les sorprende no es que esté aprendiendo algo, sino lo que digo después, y sobre todo el énfasis que pongo en las palabras «me siento viva». El silencio unánime con el que me responden es la prueba de su perplejidad.

Interpretar con equilibrio

Y con ese silencio yo creo percibir una consigna implícita: «No nos lo cuentes. No queremos oírte». Porque más de una vez me ha ocurrido que, si en un exceso de entusiasmo me extiendo demasiado y me dejo ir rodando por la pendiente de la comunicación, con el detalle de la explicación de los misterios y zonas oscuras del conocimiento que estoy desvelando en ese aprendizaje, y expreso mi atracción hacia la luz que arroja el conocimiento sobre la ignorancia tibia y perezosa en la que flotamos con tanto placer los seres humanos, hago que se sientan incómodos, como si mi discurso persiguiera retarlos a encontrar en sus vidas algo tan estimulante como lo que yo les estoy revelando en la mía. Y eso, no. Se percibe en mi actitud que me entusiasmo «demasiado». Incluso esas personas, en sucesivos encuentros, me preguntan ya con cierto tono ambiguo, que ahora se mueve entre el interés y el desdén irónico: ¿y ahora en qué estás ocupada? ¡Qué vieja me hacen sentir entonces! ¡Y qué aburrida de que me hagan sentir vieja! ¡No porque yo llegue a creer que su punto de vista tiene fundamento, sino por lo repetido de la situación! Me pesa constatar que la experiencia se repite una y otra vez, y en realidad, aunque me dan pena, porque no saben lo que se pierden, me inspiran una enorme pereza! No sería lo mismo si se tratara de gente joven, adolescentes, personas en periodo «natural» de formación, pero es que hablo de adultos. Lo quieren todo: Saber y ahorrarse el esfuerzo de aprender. Hablar de cualquier cosa y estar a la última sin saber de lo que hablan.

Gestionando emociones, adoptando actitudes.

¿Qué hacer, pues? Bueno, en primer lugar, aflojo la presión y trato de ponerme en su lugar: la vida laboral, familiar y social a la que todos o la mayoría están entregados, es muy fatigosa. Es natural que el esfuerzo añadido que supone la formación permanente (y más si es autodidacta) se postergue para tiempos más propicios, como los que yo ya disfruto en mi jubilación, y en segundo lugar, para ser consecuente, no puedo quererlo TODO yo tampoco. Es decir, no puedo estar feliz cuando aprendo, y con ello estar dispuesta a aislarme en esa relación con mi aprendizaje y sus canales (el libro, el ordenador), y también pretender estar feliz con quien no comparte esa forma de entender la felicidad.

Resolver y concluir

Tengo que OPTAR. Pues bien, les parecerá a mis lectores que mi opción es muy amarga, al saber que prefiero a mi ordenador y mis libros. No hay caso, no preocuparse, tranquilos. No solo no pierdo mi conciencia social, mi valoración de las relaciones humanas, sino que desde mi teclado le hablo al lector, a mi gente, a mi entorno y al mundo. Porque todo lo que aprendo es obra del mundo, y al mundo se lo devuelvo. Es el ser humano el que ha evolucionado para desarrollar tanto saber, tanto conocimiento que no puede ser asimilado por una sola persona en toda su vida. Es el ser humano el que merece la difusión de lo mejor de sí mismo y para su especie. Es el ser humano el que pone en peligro su futuro y su presente si no aprende. Opto por seguir aprendiendo.

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